Nos levantamos en la cabaña de Pin y Pon, madre madre madre madre ¡¡¡Qué fresqui hace por aquí!!!! ¡La cabaña está heladita! Y como se intuía frío fuera, hemos perreado un poco en la cama. Tras levantarnos y tomarnos el café costaricense que compramos ayer, apuntamos el navegador hacia Quebec. ¡¡¡La madre que le parió al GPS!!! Con la belleza de estos paisajes, decidimos hacer ruta por carreteras secundarias y así disfrutar el paisaje, y aunque al principio así era, llegamos a un punto en el que el señor GPS insistía por meternos por una carretera inexistente, que digo carretera, camino de tierra… Así que tras varios intentos de reprogramarlo y ver que siempre nos mandaba por el mismo lugar, decidimos buscar autovía, bajando hacia Montreal de nuevo… Eso sí, hemos visto los paisajes más espectaculares de Canadá desde que estamos aquí: bosques inmensos y tupidos, y montones de lago.
Tras largas «penumbras» llegamos, desandando el camino, a la civilización. Repostamos, en una mini gasolinera en el que la señora que atendía nos preguntó nuestro lugar de origen y puso cara de incredulidad cuando le dijimos que somos españoles… Supongo que hemos sido los primeros que ha visto en su vida, por la incredulidad que mostró… En fin, que llegamos a Montreal para coger autopista hacia Montreal. hacemos una paradita a comer rápido que son las 2 de la tarde y aún quedan unos 200 km… Así que nuestra ruta se completa sin muchos sobresaltos, eso si, algún camionero nos prueba los nervios, adelantándonos por el carril izquierdo a toda mecha (carril del que nos saca casi a empujones).
Llegamos a Quebec y enseguida encontramos el hostal que reservamos antes de salir de Madrid, eh Hostal Royal (sin Manzanares, así que no buscamos Lina Morgan). Reposamos un poco del largo viaje, y tras preguntarle al amable recepcionista acerca de Tadoussac y sus ballenas, nos vamos a ver el centro de Quebec.
La verdad, es que lo poquito que hemos podido ver de esta ciudad, ¡nos ha encantado! Que guay, lo mejor es que aún nos queda un par de días para verla con tranquilidad. La ciudad es muy limpia, como todo Canadá, y muy acogedora. Pasear pos sus calles es muy agradable, sus calles recuerdan un poco a una ciudad europea como París, con calles estrechas de un sólo sentido, bares y terrazas en las calles… De hecho, según la guía, es la ciudad más europea de toda Norteamérica y la única amurallada.
Enseguida nos encaminamos a cenar, a un sitio recomendado por la guía, Freres de la Côte, y ¡que buen sitio! Al más puro estilo francés, las mesas super juntas, acogedor, bullicioso… Así que en cuanto nos traen los platos, se nos olvida el bullicio de la gente. Maris se ha pedido un confit de pato, y yo un steak de caballo (si si, de esos que pasean a la gente por aquí tirando de los carruajes). Bueno no se realmente a lo que se dedicó mi caballo, pero he de decir que estaba realmente rico.
Y ya no puedo contar mucho más del día, entre levantarnos «tarde», perdernos, la carretera, que entre pitos y flautas hemos llegado al motel a las 5, el descansito… El día de hoy se ha convertido en un día de transición. Pero mañana nos esperan emociones, si las ballenas se dejan ver y el GPS no nos pierde en el intento.