Nos levantamos sobre las 8, pensando que nos quedan unos 230 kilómetros hacia el sur, hasta llegar a Dubrovnik. Terminamos de hacer los bártulos y empaquetamos, y sobre las 9 nos despedimos del apartamento de Ante (el simpático señor dueño de las casas Dalmatian Villa), dejamos las llaves en el buzón, y nos montamos en el coche.
Ayer aprendimos una lección, evitar la carretera de la costa todo lo posible, así que para lograrlo, hay que ir por autopista de peaje A-1, y para llegar, tenemos que buscar la dirección contraria a Dubrovnik hasta llegar a la autovía, que es donde ya nos deja ir hacia nuestro destino. Curioso, porque el resto de las indicaciones en este país son bastante claras.
Tras unos cuantos kilómetros (aproximadamente 100) comprobamos con horror que la autopista se acaba. Y según los tramos, la convencional es una carreterita de cabras, de hecho se pasa entre los pilares de la autopista en construcción por caminos de tierra… Brr… Total, resultado, casi 4 horas de camino.
Llegamos a nuestro hotel Ariston, y vaya! menudo lujasmen! ¡Que bonito ý confortable es! Nos refrescamos un poco, y después decidimos que no puede ser volver a deshacer el camino por carretera que nos hemos hecho, porque serían 600 kilómetros (480 peaje) + 6 horas de tren para llegar a Budapest, para tomar el vuelo de vuelta a Madrid, total, casi 3 días de retorno a casa. Así que nos metemos a internet a indagar y mira tu, Iberia tiene un vuelo de solo ida por poco más de 100 euritos por barba, así que llamamos a la compañía de coches para decirles que devolvemos el coche aquí y seguidamente compramos los billetes… A lo tonto, nos hemos ganado casi 2 días completos de vacaciones, con tanto kilómetro que nos ahorramos, aunque perdamos algo de dinero de los billetes, pero para nosotros merece la pena el cambio.
En fin, después de tanto rollo, vamos al turisteo. Son las 5 de la tarde, hora ideal pues ha bajado ya un poco el calor del día, aunque con la humedad que hay aqui es imposible no sudar…
Bajamos en coche y aparcamos al lado de la muralla, entrando a la ciudad histórica por la puerta de Pile datada del siglo XVI, que al parecer en su momento todos los días cerraban al anochecer dándole después la llave al gobernador:
Enseguida encontramos la calle principal o calle Placa, por donde seguiremos turisteando duramente (placa placa)…
Enseguida nos encontramos con la Iglesia de San Salvador y con el monasterio franciscano (recomendado su visita al claustro interior, impresionantes sus altares)
Llegamos al final de la calle, donde podemos observar la torre del reloj (aunque en la foto no se aprecian bien las dos figuras de bronce que tañen las campanas cuando toca) y la iglesia de San Blas (pero por aquí no vimos cigüeñas) y el palacio de Sponza.
Este palacio de Sponza, del siglo XVI, al principio fue aduana, después casa de moneda, después tesorería del Estado y después un banco… Las malas lenguas dicen que es ahora casa de Bob Sponza (perdón por el chiste malo)…
Tras ver el palacio rectoral y la catedral de la Asunción de la Virgen, nos decidimos a perdernos por las callejuelas de la ciudad, y luego salir a dar un paseo por el puerto viejo:
Tras un rato de paseo, nos vamos a una terraza casi descolgada del muro exterior a tomar una cervecita para reponer líquidos, y luego a cenar.
En fin, creo que tanta expectativa con la ciudad, después de la sopresa de Split, nos ha quedado un poco coja… Demasiado turista por el casco histórico, y la ciudad, al haber sido restaurada por la guerra, parece un museo un tanto artificial, y encima lleno de restaurantes con camareros acosadores que tratan de arrimarte a su negocio… el casco histórico de Split parecía que tenía una vida menos artificial integrada en la ciudad y a mi al menos (y creo que a Maria también) nos ha podido su encanto de lo viejo unico con lo actual y pasear por calles con el suelo de piedra de siglos atrás… Pero bueno, aún nos queda por conocer entre otras cosas las murallas de la ciudad, ahora que tenemos 2 días más para conocerla, seguro que mejora nuestra opinión. 🙂
Hasta mañana!